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¿Sabía que los síntomas no tratados pueden afectar a toda la familia?

Una persona cortando la imagen de una familia.
Tratar la salud mental no solo es cuidar de uno mismo, es también proteger a quienes más amamos, fortaleciendo los lazos familiares y evitando que el dolor se transforme en violencia.

La agresión no siempre entra gritando. A veces llega disfrazada de agotamiento, silencio o mal humor


En los hogares donde se ha ejercido violencia, pocas veces se habla del momento exacto en que comenzó. No suele haber una escena dramática, un golpe inicial que lo cambie todo. A menudo, lo que hay es un lento deslizamiento: discusiones que escalan, palabras que hieren, miradas que intimidan, climas que se tensan. Hasta que un día, alguien tiene miedo. Y en muchos de esos hogares, cuando finalmente logramos sentar a todos en la misma habitación, escuchamos una frase que se repite con variaciones: “Yo no soy así… pero hay algo que me está superando.”


Y ahí comienza el trabajo clínico. Porque no todos los actos violentos son premeditados, pero sí todos tienen efectos. Y porque muchas veces (aunque no lo justifiquen) hay condiciones de salud mental no tratadas que van generando un entorno emocional donde la violencia se vuelve una forma torpe, impulsiva y dolorosa de pedir algo: control, contención, silencio o cercanía.


No es excusa. Es explicación. Y entenderla es parte del tratamiento


Sabemos que ciertos trastornos no tratados pueden alterar gravemente el juicio, la impulsividad, la regulación emocional y la percepción de los demás. También sabemos que las familias se adaptan (o colapsan) en función del miembro que sufre y no se atiende.


Cuando una persona convive con una condición como trastorno bipolar no estabilizado, depresión severa, trastorno límite de la personalidad, trauma complejo o ansiedad generalizada con desregulación, toda la familia se ve afectada. Pero cuando esa persona, además, se niega a reconocer que necesita ayuda, el malestar no se queda adentro: se proyecta. Y muchas veces, se convierte en violencia. Violencia verbal, física, emocional, relacional. No siempre evidente. No siempre denunciada. Pero real.


El impacto de una salud mental no tratada cuando se convive


En la pareja:

  • Explosiones de celos irracionales.

  • Reacciones impulsivas desproporcionadas.

  • Aislamiento afectivo seguido de necesidad ansiosa de contacto.

  • Episodios de control, manipulación o desvalorización.

  • Gritos o amenazas en medio de discusiones domésticas.


Todo esto puede nacer de un trastorno no reconocido, pero termina siendo vivido por el otro como agresión directa. Y lo es. Aunque quien agrede no tenga la intención, la responsabilidad persiste. Porque vivir con alguien que está emocionalmente desregulado (pero que no lo acepta ni se trata) es vivir con una carga constante, y muchas veces con miedo.


En los hijos:

  • Cambios de humor impredecibles.

  • Reacciones exageradas a errores mínimos.

  • Castigos desproporcionados.

  • Gritos, amenazas o chantajes emocionales.

  • Invalidez emocional constante: “Deja de llorar por eso”, “Tú me sacas de quicio”, “Eres igual a tu padre”.


Desde la terapia familiar sabemos que los hijos no entienden la psicopatología de sus padres. Solo sienten el efecto. No saben que mamá tiene un trastorno ansioso no tratado, solo saben que no pueden contarle cosas. No saben que papá tiene una depresión irritable, solo saben que les grita por dejar un vaso sucio. Y así, el síntoma del adulto se convierte en herida del niño.


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El punto ciego de muchas familias: no llamar violencia a lo que es violencia


En muchas casas dominicanas, lo que ocurre entre cuatro paredes se sigue considerando “asuntos de familia”. Y se normalizan conductas que, vistas desde afuera, gritan auxilio.

“Ella es histérica, pero buena madre.”, “Él es explosivo, pero tiene buen corazón.”, “Siempre han sido así, eso es carácter.”


Pero lo que desde lo cultural se tolera como rasgo, desde lo clínico se reconoce como signo de alarma. Porque nadie se vuelve agresivo “porque sí”. Pero tampoco nadie tiene derecho a ejercer violencia por no haber buscado ayuda.


¿Es la salud mental una excusa para agredir? No. Pero puede ser parte del origen


Hay una diferencia esencial entre justificar y comprender. Justificar desactiva la responsabilidad. Comprender permite intervenir. Y cuando intervenimos como equipo clínico, lo hacemos con dos enfoques a la vez:


  • Desde la psiquiatría: evaluamos si existe una condición de base que esté alterando la conducta: trastornos del estado de ánimo, personalidad, trauma, impulsividad, consumo de sustancias, etc.

  • Desde la terapia familiar: analizamos cómo esa condición afecta el equilibrio del sistema: roles, dinámicas, alianzas, secretos, silencios.


Porque a veces el problema no es solo que hay una persona no tratada. Es que hay una familia entera que aprendió a girar alrededor de ese malestar, mientras todos se van perdiendo.

Y es importante decirlo: el agresor también sufre.


Hemos trabajado con padres que gritan y después lloran en consulta. Con parejas que controlan y luego suplican perdón con miedo real de haber perdido lo que aman. Con adultos que se ven a sí mismos actuando como sus propios padres, a quienes juraron no parecerse.

Y no es manipulación. Es un sufrimiento real, mezclado con culpa, negación, vergüenza y confusión. El problema es que si no se trabaja a fondo, la culpa no detiene la violencia. Solo la posterga.


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¿Qué se puede hacer?


  1. Reconocer la posibilidad de estar generando daño. Este paso no es común. Quien agrede suele pensar que reacciona, no que actúa. Que responde, no que decide. Pero la verdad es que sí hay un punto donde puede elegirse: buscar ayuda o seguir cediendo al impulso.

  2. Solicitar una evaluación clínica seria. Muchas personas necesitan, además de terapia, un abordaje psiquiátrico para entender qué está ocurriendo a nivel neurobiológico y emocional. Sin ese conocimiento, el trabajo emocional no tiene suelo firme.

  3. Involucrar al entorno en el proceso. No basta con trabajar al individuo. Las relaciones también deben reeducarse: se deben aprender formas nuevas de comunicarse, poner límites, desactivar ciclos reactivos y proteger a los más vulnerables.


Cuando no se trata, se transmite


Una salud mental no atendida no se queda dentro, muchas veces, se vuelve acto.

Acto que lastima. Acto que distancia. Acto que confunde. Y aunque no haya intención, el impacto es real.


Por eso en Neurohealth no solo tratamos síntomas. Ayudamos a reconocer lo que nadie ha dicho en casa, a frenar lo que parecía inevitable y a reconstruir relaciones desde el lugar más honesto posible: la responsabilidad afectiva.


¿Sientes que estás perdiendo el control de tus reacciones?, ¿Alguien cercano te ha dicho que le temen a tu forma de actuar? o ¿Hay violencia en tu casa que no sabes cómo detener?

En Neurohealth te escuchamos y te ayudamos a tratarlo.

(829)-539-8080 / (809)-692-6491

@Neurohealth.RD

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