¿Y si no quiero parar? Elegir la jubilación, no rendirse ante ella
- Neurohealth RD
- 23 jun
- 6 Min. de lectura

Entre una taza de café y una factura que se debe, hay pensamientos que no siempre se dicen en voz alta. Pero están ahí. Persistentes. ¿Y si no quiero jubilarme? ¿Y si no puedo? Aunque la edad cronológica avance, hay cuerpos que responden bien, mentes lúcidas y deseos que no se apagan. A cierta altura de la vida, no siempre se trata de “descansar”, como tantos suponen. Se trata de decidir, si seguimos o no. Si parar tiene sentido o si ese silencio que llega cuando te detienes, se volverá un vacío.
Durante buena parte del siglo XX, la jubilación fue vendida como la gran promesa del descanso: años dorados de playa, nietos y tiempo libre. Un triunfo, se suponía. Pero no es tan simple. Porque no todo el mundo quiere descansar. Y porque muchos no pueden permitirse ese descanso.
El modelo de jubilación, tal como lo conocemos hoy, nació en el siglo XIX en Alemania, cuando Otto von Bismarck instauró un sistema de protección a los trabajadores mayores de 70 años. Claro que en ese entonces, la esperanza de vida no llegaba ni a los 50. Era más un gesto simbólico que una realidad para la mayoría. Irónicamente, seguimos usando ese mismo esquema (edad fija, retiro obligatorio) en un mundo donde comúnmente se vive hasta los 80 o más. Vivimos más, sí, pero nos siguen retirando igual de temprano. Como si tener 70 años y ser útil fueran mutuamente excluyentes.
Aquí empieza el conflicto. En muchos países latinoamericanos, la jubilación se convierte en un hito difícil. Según datos recientes de la OIT, más del 34% de las personas mayores de 65 años en la región no tienen ingresos propios. Solo la mitad accede a una pensión, y muchas veces esa pensión no alcanza. ¿Cómo retirarse cuando hacerlo implica caer? ¿Cómo se acepta el “descanso” cuando el costo es la inseguridad económica?
Pero incluso para quienes pueden hacerlo, la pregunta sigue: ¿y si no quiero? ¿Qué pasa cuando el trabajo no es una carga, sino un lugar de pertenencia? ¿Cuando no es el cansancio lo que pesa, sino la posibilidad de volverse invisible? Desde la psicología lo sabemos: el trabajo estructura. Marca el tiempo, define el rol, ofrece identidad. Jubilarse es, para muchas personas, una forma de desaparición o pérdida.
Es frecuente que las personas frente al retiro se desdibujen emocionalmente. No se encuentran, no saben qué hacer con los días largos. Se levantan sin propósito, se acuestan con ansiedad. A veces aparecen síntomas depresivos que nadie asocia con el retiro. “Ya deberías estar disfrutando”, les dicen. Pero no se disfruta lo que no se eligió. No se descansa si no hay algo a lo que volver después.
----
----
Y si el vacío no lo llena el ocio, muchas veces lo llenan los demás. Porque apenas alguien se jubila, parece que la familia se reorganiza en torno a esa nueva “disponibilidad”. Se espera que el abuelo pase a ser chofer, cuidador, acompañante. Que la abuela cuide a los nietos y cocine. No porque se hable, sino porque se asume. Entonces, ese tiempo que supuestamente era para uno se llena de tareas ajenas. No es que sean malas o despreciables, pero a veces no nos representan, ni satisfacen nuestros deseos.
También están los que no quieren jubilarse porque todavía disfrutan su trabajo. No niegan su edad, simplemente no sienten que hayan terminado. Son médicos que siguen apasionados por sus pacientes, maestros que aún aman enseñar, escritores que siguen llenando páginas, emprendedores que no se cansan de inventar. No se aferran al pasado, están viviendo el presente.
En muchos países, esto sería visto como vitalidad. En otros, como obstinación. En Japón, por ejemplo, una proporción significativa de adultos mayores continúa trabajando. En Estados Unidos, la figura del “consultor sénior” está más normalizada. En cambio, en América Latina, muchas veces se espera que la gente “salga del medio” para que entren los más jóvenes.
Pero la realidad es que también aquí, en esta región, hay muchísimas personas mayores de 70 años que siguen liderando empresas, tomando decisiones importantes, dirigiendo equipos, incluso países. Su contribución es formal, activa y visible. Y aunque poco se hable de eso, sigue siendo una prueba viva de que la edad, por sí sola, no define el retiro.
En otras regiones del mundo, como en gran parte de Europa, la historia es distinta. Allí, la jubilación no siempre llega con angustia ni incertidumbre. Por cultura, por política y por estructura económica, muchas personas se preparan con tiempo: ahorran, planifican, hacen ajustes. Y quienes no pueden hacerlo cuentan con sistemas estatales que los acompañan. ¿Es perfecto? No. Pero ese sueño dorado de la jubilación tranquila se consigue con más frecuencia. Porque no se deja al individuo solo ante la transición, sino que se le reconoce como parte legítima del ciclo vital. Aquí, en cambio, llegar a ese punto es a menudo una caída libre.
En un plano más psicológico hay otro aspecto que suele quedar fuera de la conversación: lo que ocurre puertas adentro, cuando el trabajo desaparece y uno se queda en casa, consigo mismo, con la pareja, con el tiempo abierto. Para muchas personas, la jubilación coincide con el nido vacío: los hijos han crecido, se han ido, y la casa (que antes sonaba a vida) queda en silencio. Un silencio que no siempre es paz. A veces es ausencia, otras es confrontación. Porque en esa misma casa también está la pareja, con quien antes se compartía solo el final del día, pero que ahora está presente de sol a sol. Y con esa presencia constante emergen temas que llevaban años postergados: diferencias, desacuerdos, heridas sin revisar. La rutina laboral, durante décadas, ayudó a no mirar. Ahora, con tiempo de sobra, todo lo pendiente se presenta sin disfraz.
----
----
En otros casos, ese silencio no es compartido, sino absoluto. Hay quienes llegan a la jubilación viudos, divorciados o, en definitiva, solos, atravesando duelos. Y ese nuevo espacio, que para otros es alivio, se convierte para ellos en una habitación demasiado grande, donde todo recuerda lo que ya no está.
Tal vez lo que necesitamos no es seguir forzando modelos universales, sino ir creando caminos diversos. No todos quieren pararse. No todos pueden. Y no todos deberían hacerlo al mismo tiempo, ni de la misma manera. La jubilación no puede seguir siendo una línea de todo o nada que se cruza por obligación. Tiene que ser una transición elegida, flexible, emocionalmente acompañada. Un proceso con permiso para parar sin desaparecer, ir bajando el ritmo conservando nuestro lugar.
Un momento para preguntarnos ¿me detengo?, porque parar, aunque sea voluntario, no es sencillo. Nos obliga a revisar lo vivido, confronta con lo postergado, nos devuelve a nosotros mismos. Por eso, incluso si no queremos retirarnos, es importante que nos cuestionemos: qué temores aparecen cuando pensamos en parar. ¿A qué le tenemos miedo realmente? ¿A la soledad? ¿A qué seamos prescindibles? ¿A depender de otros? O ¿A escuchar lo que callamos durante años?
Cada quien tiene su reloj. No hay que detenerse si no es el momento o no es lo que deseamos. Pero si seguimos viviendo y no revisamos lo que pasa cuando el ritmo cambia, también nos estamos abandonando. No se trata de seguir o parar. Se trata de saber desde dónde lo hacemos. De darnos permiso para elegir. Teniendo presente que no importa la edad: siempre estamos a tiempo de prepararnos para esa transición, a nuestra manera.
Y esa preparación no tiene que ser grandiosa ni inmediata. Puede empezar con pequeñas preguntas. ¿Qué parte de mi identidad está demasiado atada a mi trabajo? ¿Qué cosas quiero hacer, y nunca he hecho porque nunca tuve tiempo? ¿Cómo me gustaría que fueran mis mañanas si no las define una obligación? Prepararse para el retiro no significa dejar de trabajar mañana. Significa ensayar formas nuevas de habitar el tiempo. Explorando ritmos distintos, mientras tomamos distancia, poco a poco, de lo que ya no nos interesa.
Incluso a los 70, a los 75, estamos a tiempo. Para diseñar formas distinta de estar en el mundo: menos urgente, más elegida. Con otras prioridades. Con nuevas rutinas. Con vínculos renovados. No veamos la oportunidad de jubilación como una amputación, mejor mirémosla como un deslizamiento hacia lo que queremos, una reinvención, adaptada a lo que uno siente y necesita.
En el fondo prepararse significa comenzar a plantearnos la productividad como algo más que un uniforme, sin agenda, sin roles prestados. Desde un lugar más libre, más profundo, más propio.
Recordando que nadie (ni la edad, ni el sistema, ni los hijos, ni el miedo) debería decirnos cómo vivir nuestra propia vida.
Comments